Los «audios ocultos» lastiman la democracia de Chubut
Por Santiago Costa
Los políticos son todos chorros, vagos o inútiles. Ese es el sentido común mayoritario de los votantes en épocas de vacas flacas, cuando todos los gatos son pardos.
Pero los dirigentes surgen y son reflejo de la sociedad. Sin dirigentes políticos no hay democracia, donde las mayorías eligen y despiden gobernantes con su voto. Para cambiar de dirigentes, hay que generar nuevos dirigentes.
En Chubut se puso de moda en los últimos tiempos hacer «audios ocultos» para agarrar mal parados a funcionarios o candidatos y forzar su renuncia o perjudicarlos electoralmente.
Los casos de Sergio Mammarelli (ex ministro Coordinador) y Claudio Blanchard (ex asesor principal del gobernador) fueron los más resonantes, pero también los hubo del candidato madrynense Gustavo Sastre y del ministro Marcial Paz.
Lo privado y público
Es un grave error pensar que la moral de la vida privada aplica a la política, por que ésta se rige por otros términos.
El sociólogo Max Weber explicó que el político necesita balancear una «ética de convicción moral» (ideología) con una «ética de responsabilidad» (pragmatismo) y debe hacer compromisos entre las dos éticas porque sus acciones no repercuten solo sobre su conciencia, sino sobre la vida de muchos.
Un hombre público puede ser una pésima persona y un excelente funcionario, o viceversa. Es ampliamente conocido que Adolf Hitler era vegetariano y abstemio; Jorge Rafael Videla iba a misa todos los domingos; pero Winston Churchill era alcohólico.
La corrección política -que intenta una moralización del poder- reemplaza la acción estratégica para el logro de objetivos por buenos modales, donde un funcionario no sería juzgado por su gestión (el impacto de sus decisiones en la vida de los ciudadanos) sino por sus íntimos prejuicios y su buena o mala educación.
Es poco serio pretender que un funcionario público orine agua bendita las veinticuatro horas. Cómo si saltearse en la cola del supermercado lo hiciera un mal servidor público. Los europeos llegan al extremo de la hipocresía de expulsar a un capitán de selección por haber sido infiel a su esposa. ¿Qué tiene que ver?
No es lo mismo lo que un dirigente declara, aún a través de sus redes sociales, que un audio oculto, que se parece más a una violación de un off the record periodístico.
Un funcionario puede odiar a un dirigente sindical y sin embargo sentarse a arreglar una paritaria sectorial porque es lo que la gobernabilidad requiere. Si se viraliza un audio del funcionario insultando ante terceros al dirigente sindical ¿Qué es más importante, los insultos o la paritaria cerrada?
La vida pública implica el debate, que a veces es con buenos modos y otros no. Por eso existen los fueros para el presidente, gobernador, intendente, diputados y senadores nacionales, legisladores provinciales, concejales y dirigentes sindicales.
En la política como en el amor, todo lo que no sea delito está permitido.
Corderos y traidores
A pesar de la buena o mala consideración de un ministro en el plano personal, o lo ineficiente que se considere su gestión (salvo que haya delito), hay algo de perverso en los «audios ocultos»: vuelven algo privado, público.
La clase política los tolera (siempre se termina sabiendo el autor, impune ante la falta de repudio), los votantes lo consumen con morbo por redes sociales y los medios lo avalan porque vende con su público.
El sistema legitima este modus operandi incentivando la traición entre dirigentes, funcionarios, empleados públicos y su reacción: la paranoia generalizada.
Históricamente las presiones sectoriales sobre el palacio en busca del alejamiento de algún funcionario se hacían con las llamadas operaciones de prensa, «carpetazos» sobre su pasado o buscando lupa alguna falta judicializable en su gestión.
Pero el carácter individual de los audios ocultos hace de cada interlocutor privado de los dirigentes un posible enemigo. ¿Habrá que dejar los celulares adentro de un sombrero a la entrada de cada reunión, como en los shows de stand up?
Resultan incluso burdos los audios que son editados, con efectos de sonido o gráficos agregados, obvios en su uso partidario (o en la interna del gobierno). Es evidente que persiguen un objetivo y para eso intentan manipular a la opinión publica.
Manual de buenos usos y costumbres
El manual de la política tradicional -cada vez más en desuso- señala que la forma «sana» de remover a un ministro es cuando, tras una severa falla en su gestión, se genera una revuelta sectorial (creando la unidad del sector en su contra) y esa fuerza busca disputar la opinión pública hegemonizando su reclamo en el sentido común mayoritario. De allí se pasa a presionar en el plano institucional, reclamando al Ejecutivo que solicite su renuncia o al Legislativo que inicie el juicio político.
Acostumbrarse al uso generalizado de los audios ocultos perjudica a la dirigencia porque la hace perezosa: se olvida de hacer política, de construir una mayoría social, de disputar poder, de tener la iniciativa y provocar el aislamiento político del rival.
Lo mismo vale para los «carpetazos» que activan causas judiciales sin que haya habido investigación judicial ni periodística, tan necesarias.